Petti, 2007, Arcipelaghi e enclave

De Wiki nam htca
Saltar a: navegación, buscar

Alessando Petti, 2007, Arcipelaghi e enclave. Architettura dell'ordinamiento spaziale contemporaneo, Mondadori, Roma; traducción de trabajo: JPL, 2014

Los médicos no tienen el derecho de hablar en nombre de los enfermos, tienen en su lugar el deber de hablar en cuanto que médicos de los problemas políticos, jurídicos, industriales, ecológicos.

Michel Foucault

[p: 1]

En forma de introducción

En la frontera entre Jordania y Palestina-Israel

Agosto de 2002 Llegamos a Ammán en Jordania en el corazón de la noche. A lo largo de la carretera que lleva del aeropuerto a la casa en que pasaremos la noche carteles luminosos giran en la oscuridad del desierto, iluminando casualmente la tierra reseca. En lontananza resplandecen las luces de clubes exclusivos. Por la mañana nos despertamos muy temprano. Tenemos por delante una dura jornada de espera y de sol.

Para poder venir a Palestina con Sandi, mi mujer, y sus progenitores, Anwar y Monira, - los tres con pasaportes palestinos -, he decidido no llegar cómodamente vía Tel Aviv, ingreso prohibido a los palestinos, y en su lugar atravesar con ellos la frontera que los jordanos llaman puente del Rey Hussein y los israelíes Puente Allenby.

La frontera entre Jordania y Palestina se puede cruzar en tres puntos; el puente Allenby / Rey Hussein es aquel que está más cerca de Jersualén. Está situado en la zona más baja de la Tierra, a la misma altura del Mar Muerto. Durante el trayecto el calor aumenta y la presión disminuye, los oídos y el sudor intentan compensarlo. El taxi que se aventura en esta tierra [p. 2] tan poco hospitalaria es un viejo Mercedes con una decena de plazas, roto como el propio terreno.

Aquí estamos en la frontera de la parte jordana. En silencio descendemos del vehículo. Sandi y sus padres se alejan algunos metros, en dirección a la entrada reservada a los palestinos.

Encontrándome solo, las defensas se levantan naturalmente, la atención se hace más vigilante. Un muchacho coge mi equipaje y yo lo sigo en modo automático. No sabría en que otra dirección ir, no hay indicaciones que yo tenga posibilidad de descifrar. El muchacho, que tendrá unos dieciocho años, me acompaña delante de un rulo sobre el que deposita la maleta. Se gira hacia mí, me mira y se va. ¿Quién sabe cómo?, comprendo que mi próxima meta son los asientos dispuestos a la sombra del implacable sol de agosto. Desde allí, al poco tiempo, escucho una voz a mi espalda. La sigo y encuentro el control de pasaporte. Todo está bien.

Tras cinco minutos estamos ya en tierra de nadie. Una cinta de asfalto, los límites vallados. Carteles que indican campos minados. Un poco más adelante el checkpoint israelí. Dos jóvenes en ropa de camuflaje y gorra nos hacen bajar del autobús para inspeccionarlo de arriba abajo. Poco después nos volvemos a bordo, pero sólo por unos pocos metros. Otro checkpoint.

La bandera de Israel ondea sobre la única colina presente en la árida llanura. Otra media hora. No se por qué motivo ni a la espera de qué. De manera imprevista se alza una barrera y somos libres de cruzar al lado israelí de la frontera. Delante de nuestros ojos se extiende un verde paranoico: macizos de flores y palmeras. Welcome to Israel. De Calcuta a Miami en sólo 4 km. La frontera no es una línea. Es un espacio dotado de espesor. Los materiales de los que están hecho son los mismos que se emplean en la construcción de la ciudad, pero la forma en que se usan es diferente. Por ejemplo, aquí un muro de contención en hormigón armado sirve de barrera.

En el interior de la frontera las reglas son pocas, pero fundamentales. Todos los flujos son rigurosamente controlados. La frontera es una máquina que descompone en elementos individuales [p. 3] catalogables todo aquello que lo atraviesa, para después volverlos a recomponerlos, - quizás de una forma nueva -, a la salida. Esto vale no sólo para los objetos, sino también para las personas.

Para recibirme una vez bajado del autobús hay jóvenes soldados con aspecto de teenagers (adolescentes) norteamericanos, con pantalones caídos y camisetas grandes. Una muchacha se me acerca y me dice: “¿A dónde va?” “A Belén”, le respondo. Y ella: “Sígame por favor”.

Me hacen salir de la fila de los “normales”. Me siento a esperar al personal de seguridad. Otra muchacha soldado empieza a hacerme preguntas: “¿A dónde voy? ¿A casa de quién? ¿Cuándo vuelvo? ¿Dónde está mi equipaje? Las mismas preguntas repetidas durante media hora.

Acabado el interrogatorio otro militar me hace entrar en un vestuario. Muy amablemente me pide que me desnude. Controla todas mis prendas de vestir, luego sale, llevándose mis zapatos. Vuelvo al punto de partida, pero ahora descalzo. Han pasado ya dos horas desde que llegué a la frontera, y me pregunto hasta cuando tendré aún que estar allí.

Me hacen entrar en otra habitación y me piden que abra las maletas que están colocadas sobre mesas de acero estilo carnicería, fáciles de limpiar. Sentado, espero que cada uno de los objetos de mi propiedad sean inspeccionados.

Por decir la verdad, estab preparado para este tratamiento, por lo que lo resisto bien, aunque cuando me dicen que puedo volver a meter en la maleta mi ropa viviseccionada: es la misma sensación que, cuando volviendo a casa, descubres que un ladrón a estado de visita: te sientes violado, los vestidos sucios, la agenda abierta, todo tocado por otras manos, manos no conocidas. Trato de no perder mi propia humanidad, y con mucha calma y dignidad vuelvo a doblar todo como antes de la salida de un Gran Hotel. Ralentizo mis gestos, tratando de hacerlos lo más elegantes que me es posible, a pesar del laboratorio de vivisección en que me encuentro encerrado.

Este procedimiento está reservado a los palestinos y a aquellos que tiene contacto con ellos.

Mi ropa está de nuevo en la maleta. Creo que ya he terminado, pero ¿dónde está mi pasaporte? Me dicen que debo retirarlo en una oficina junto de la salida. Allí me piden que rellene el enésimo formulario y me repiten las mismas preguntas.

Cuatro horas para atravesar la frontera. La frontera no es una línea, no se cruza dando un paso.

Superada la frontera, el calor me sofoca la garganta y la luz me produce marea. Negociamos con un taxista el precio de la carrera. La discusión se alarga más de lo previsto, hay problemas para llegar a Belén. Para llegar hay que cruzar Jerusalén. En teoría éste es el camino más sencillo, pero los palestinos no están autorizados a usarlo. El taxista no quiere tentar la suerte tomando los caminos rurales, podría haber bloqueos. Acordamos un sistema de relevos: el primer taxi nos llevará hasta el límite de Jerusalén, y allí buscaremos un segundo vehículo.

Por la carretera encontramos asentamientos de colonos y tiendas de beduinos. Dos maneras opuestas de usar el territorio, la una sedentaria, la otra nómada. Los asentamientos están rodeados de muros con cimentaciones excavadas en el terreno, los beduinos tiendas que se apoyan sobre la tierra. Confines controlados frente a libertad de movimiento.

A las 14:30 estamos en la periferia de Jerusalén. A las 15:00 se inicia el toque de queda. Tenemos que darnos prisa. Un nuevo checkpoint. Nos bajamos del taxi en medio de una gran cola de vehículos. Salimos en un nuevo taxi, que hace marcha atrás un breve trecho de la carretera.

Estoy por rendirme a la idea de que ya no llegaremos, cuando el genio de la auto-organización se manifiesta. Ante el establecimiento de un nuevo puesto de bloqueo por parte de los israelíes, los taxistas [p. 5] palestinos reaccionan planificando una nueva calle para eludirlo. Hacen una colecta y pagan el alquiler de un tractor que aplana unos centenares de metros: han creado un nuevo paso que evita el checkpoint. Los soldados lo saben. Pero éstas son las delirantes reglas del juego y los palestinos están constreñidos a respetarlas.

El taxista que nos acompaña es un prófugo, arriesga una multa que ya no tiene la posibilidad de pagar, además del arresto, pero ¿qué importa? Es la única manera que tiene de vivir (campare).

Tras un trayecto tortuoso llegamos finalmente a las puertas de Belén. Nos bajamos del coche con toda la familia esperando para acogernos. En el patio de casa festejamos con bailes y canciones el matrimonio entre Sandi y yo, celebrado en Roma unas pocas semanas antes. Por un momento mi pensamiento se va al patio italiano iluminado con el azul de las noticias en televisión que cada año emiten las habituales noticias de la salida y la vuelta del mes de agosto y del mal tiempo que arruina las vacaciones.

Sobre la frontera: razones de una investigación

[p. 11]

Este libro nace del deseo de comprender las implicaciones espaciales, políticas y jurídicas de historias como ésta de la que apenas he hecho recuento [las páginas precedentes].

Archipiélagos y enclaves es por lo tanto fruto tanto de una experienca directa como de una lenta, fría y distanciado investigación sobre las estrategias y los dispositivos que dan forma al espacio contemporáneo. Debido a que la experiencia sobre el campo y la investigación teórica están estrechamente entrelazadas, al resultado de este libro han contribuido, en igual medida aunque de manera diversa, viajes, horas pasadas en la biblioteca, seminarios, exposiciones y la vida cotidiana. Aún no se si mi “elección del objeto de estudio” ha sido un accidente, una terapia o una elección. De lo que sí estoy seguro es de que la teoría que expongo no es fruto de abstracciones concebidas en la mesa de trabajo, en el refugio confortable y aséptico del propio estudio: para bien o para mal ésta nace de acontecimientos vividos en primera persona.

La tesis de fondo de estas páginas es que la ciudad y el territorio contemporáneos se están modificando de acuerdo a un preciso diseño espacial dictado por el paradigma de la seguridad y el control. Este diseño es evidente en los Territorios Ocupados palestinos, pero está también presente, en formas diversas y con diferentes intensidades, en varios otros contextos geográficos. Las islas residenciales off-shore (Dubai), los resorts turísticos (Sharm El-Sheik), las gated communities (EU), las bypass freeways (Los Angeles, Toronto, Melbourne), los cordones sanitarios (Estambul, Jakarta, Manila), los centros de internamiento de inmigrantes (Europa), las cumbres globales (G8), son sólo algunas de las posibles declinaciones de un modelo espacial que he denominado de archipiélagos-y-enclaves.

Dividido en tres partes, dedicadas respectivamente al tema de la “fragmentación”, la “conexión-desconexión” y la “suspensión”, Archipiélagos y enclaves, es la tentativa de encontrar en situaciones geográficas, políticas, sociales y económicas aparentemente alejadas a años luz de distancia un mínimo común denominador que posibilita trazar líneas de guía, [p. 12] un planteamiento compartido, un modelo. Sólo reconociendo los términos recurrentes en la organización geopolítica en la que estamos inmersos será posible efectivamente no sufrirla pasivamente y no perder el rumbo.

En la primera parte voy a describir por tanto la forma del archipiélago-enclave a través de la propiedad de la fragmentación, que según mi visión es característica del ordenamiento espacial contemporáneo. Me fijaré en particular en la figura del archipiélago entendida no tanto como metáfora, cuanto que como verdadera forma material de construir el espacio. En este sentido examinaré algunos ejemplos de la posible aplicación de la forma archipiélago: de las colonias israelíes en Cisjordania a los resorts turísticos como Sharm El-Sheikh, de las islas off-shore de Dubai a las gated communities estadounidenses.

En la segunda parte, una zona de tránsito, evasiva [sfuggente] y líquida y como el mar es al mismo tiempo rocosa e inatravesable como una montaña, estudiaré qué es lo que se coloca – uniendo o separando – entre las islas archipiélago y las islas enclave, que se analizan al final del libro. A través de la exploración de estas áreas de apariencia neutra y de sus dispositivos logísticos, descubriremos que la propiedad de las redes infraestructurales es la de conectar algunas partes del territorio (permitiendo al archipiélago el existir) y de la de desconectar otras (produciendo los enclaves).

Finalmente, llegaremos a la definición de la isla enclave a través del estudio de aquello que he decidido llamar espacios de suspensión, entendiendo con esta expresión la propiedad de un lugar consistente en haber sido confinado [cerrado y separado de su entorno] y puesto fuera del ordenamiento espacial y jurídico del cual forma parte. En esta categoría encontraremos el homeland sudafricano, las reservas indias, las ciudades y pueblos palestinos, las cumbres globales, y los centros de internamiento de inmigrantes de los que se está llenando Europa durante los últimos años [2007].

Al final de nuestro viaje por mar, de isla en isla, veremos que hoy las tecnologías de mando no se basan ya sólo en la vieja regla del divide e impera [divide et impera]. La nueva [p. 13] estrategia, practicada con la fuerza de las armas o a través de la seducción del consumo, modulada en función de la necesidad [spendibilita] de los sujetos implicados, es: “encierra y suspende” y/o “enciérrate y protégete”. Como es sabido, donde reinan la separación y el aislamiento, el horizonte desparece y la vista se ve sofocada. Vale tanto para el que es encerrado fuera como por el que es encerrado dentro. Por eso pensamos que es necesario intentar mirar dentro, fuera y en el medio, desde arriba y desde abajo, y conectar, comparar, encontrar parentescos y analogías incluso donde no pareciera que las hubiese. Cansados de las visiones eufóricas que prometen desde hace décadas otros mundos posibles, liberados e interactivos, pero también del catastrofismo de los que piensan que el fin del mundo, de la historia, de la esperanza, intentaremos modestamente mirar donde nos invitan a no mirar, de establecer conexiones incómodas y políticamente incorrectas, de ver en la oscuridad.