Relatos sf
If you can't dance, it's not my algorithm
v.alfa 0.1
Desde algún universo (4+x)-dimensional pueden verse todos los tiempos de forma simultánea. Ada García-SimPo recuerda aquella década feliz de los 50. En realidad, para much*s, la niñez es siempre un espacio-tiempo feliz, el paraíso perdido que decía el poeta roteño... Dancing to the algorithms of life! Pero ahora, en el recuerdo bastardillo del cuerpo y lo aprendido a posteriori, intuye que aquellos años habían sido un tiempo de mejor-vivir también para los adultos. Quizás. Hasta que dejaron de funcionar los algoritmos de Bateson...
De aquellos años recuerda hoy a Tomasito El Niño de los Algoritmos. Tomasito el de la Tomasa, que, como su madre, llamaba la atención por su ritmo y su gracia. Gracia como en machines of loving grace, __ porque se decía que Tomasito era hijo de Tomasa y de algún espíritu santo, pero tipo constructo de software. Se decía, pero no se le prestaba demasiada importancia. Había mucho cyborg en aquellos años... Luego de adultos fueron como los hippies del siglo pasado: gente pacífica, bondadosa, soñadora, algo artista... la gente de Bateson, que durante un tiempo organizaron el mundo para hacerlo más habitable y amable. Aunque como todas las cosas humanas, aquello duró lo que duró, unas par de décadas.
Los algoritmos de Keynes-Bateson, por su nombre completo, fueron una solución temporal a la crisis del Antropoceno; que se detuvo durante algún tiempo: ya se sabe, el cambio de la composición química de la atmósfera, la acidificación de los océanos, la cuarta era de extinción masiva de la vida en el planeta, etc., producto de la civilización capitalista, - por poner alguna etiqueta. Los algoritmos acabaron durante aquellos años con lo que en su día McKenzie Wark había llamado el escándalo de la escasez: en el planeta y en nuestro estado de desarrollo tecno-científico había más que suficiente para que todos sus habitantes, - humanos y no humanos -, pudieran get-along together, y disfrutar de una buena vida, al menos en lo material. Algunos ajustes en la circulación global de capital, y el balance entre producción y reproducción social, la transición casi-total a nuevas formas de energía – renovables y fusión atómica -, la evolución hacia prácticas de más autogobierno local y cooperación en federaciones de múltiples niveles, y, claro, los ciclos vitales-históricos que enterraron a la generación obsesionada con el poder y el dinero... Poco más. Cierto es que hubo determinados personas de gran influencia, como Susana Martín-Belmonte, Brett Scott, Yanis Varoufakis, David Cuartielles, Guiomar Rovira, Javier Toret, Roy StringFigures o Ada Colau, por mencionar sólo a algunas, que ocuparon sitios de responsabilidad en instituciones globales relevantes, políticas, financieras y tecnológicas, después de la II Guerra de Corea. Pero el capitalismo de principios del siglo XXI se acabó sobre todo porque había consiguido aburrir a la mayoría de la población mundial.
La abundancia de aquellos años, aunque fuera más bien austera, hizo que todo fuera bien. Ya se sabe: cuando todo el mundo puede vivir razonablemente bien, los conflictos se suavizan, la gente es libre para disfrutar de sus propias vidas: el amor, - los jóvenes y los románticos -, ocuparse de la vida cotidiana y los hijos, arreglar sus ciudades y casas, sembrar jardines o huertos, estudiar, aprender e investigar algunos, mantener y cuidar el mundo delicado, - en eso tenían todos la obligación de ocuparse... Uno de los grandes avances que permitió Keynes-Bateson, al menos para muchos – fue que, para cubrir las necesidades de la vida y del buen funcionamiento social, sólo había que trabajar 3 o 4 horas al día en el sentido más tradicional, bíblico, del término: lo del sudor de la frente. El otro feature de aquellos años fue que la burocracia desapareció radicalmente. Eso no se sabe bien cómo se logró, la verdad. También la TV; ocurrió como con el capitalismo; la gente tenía mejores cosas que hacer y simplemente, dejó de usarse. Ada García recuerda también muchas cooperativas y muchos espacios-recursos que se gestionaban como commons, procomunes y cosas así. En realidad, aquello era lo que más tiempo ocupaba, organizar las cosas, algo que se hacía entre tod*s, en plan asambleas, grupos de trabajo con cargos temporales – como una especie de mix entre el 15M y las comunidades de vecinos -, y aunque en cada lugar se probaban soluciones tecnológicas en las que se depositaban muchas esperanzas, al final siempre había que dedicarle tiempo, hablar mucho, pensar, negociar, convencer, ceder en algunas cosas, probar diferentes alternativas... Todo era, desde luego, un poco lento, y no siempre salía bien. Quizás por ahí fue una de las vías por la que se acabaron aquellos años de mejor-vivir.
También contribuiría, claro, la tendencia natural al laissez faire – al dejar hacer, - a otros -, al dejarse llevar. Y bueno, la leyenda que propaga WikiLeaks – aquello de Assange que continúa como fuente de referencia casi un siglo después - es que la black-black hacker guard de la Universidad de Chicago y de la Trump-Putin University de Silicon Valley nunca dejó de atacar Keynes-Bateson. Hasta que consiguieron introducir mutaciones que hicieron, al principio imperceptiblemente, y más adelante de manera evidente, subvertir de manera rotunda el funcionamiento de la red. Es lo que tienen las redes vivas de algoritmos; no son estables. Algo así como lo que pasó con el Estado de Bienestar de mediados del siglo 20 en los países occidentales. O en las historias de Kropotkin sobre el final de las sociedades cooperativas medievales. Durante aquellos años de mejor-vivir, los más descontentos, muchos de los que ocupaban las posiciones de poder durante el final del primer Antropoceno, y sus herederos, habían estado maquinando en sus guaridas, y de pronto, de nuevo, habían recuperado el poder: la abundancia era aburrida, la vida carecía de épica, el homo sapiens había renunciado a dominar la Naturaleza, el mérito no tenía suficiente recompensa, los niveles de vida se había estancado, and so on... Lograron convencer a la gente de eso, a la vez que infiltraban los algoritmos con black-code.
Tener que hacer poemas de la puta nada, como decía el otro gaditano, no es tarea fácil. Inventarse la vida. Es más sencillo que los objetivos y los medios nos vengan dados: el pago de la hipoteca, conseguir el contrato-pelotazo, los hijos-inversión-objetos-de-consumo, comprarse el pen-último coche, hacer el viaje más exótico... Los años de jubileo se acabaron pronto. Pero quedaron los lipstick traces, y otra generación volverá a empezar. Aunque tenga que ser en otro planeta. En fin, siempre habrá un win to world.